miércoles, 22 de mayo de 2013

EL CAMBIO QUE ESPERAMOS


Podemos mirar y no ver. Escuchar sin sentir lo que dice el otro. Caminar sin saber por dónde vamos. Trabajar por inercia, como un pequeño robot. Comer sin apreciar los sabores. Vestir con lo primero que encontramos en el armario, sin armonía o ningún gusto. Leer sin comprender. Escribir sin reconocer las palabras, escritura automática. Amar sin entregarnos. Hay cien mil cosas que hacemos cada día mecánicamente, sin darnos cuenta. Nos hemos instalado en la comodidad de la vida y apenas sentimos nada, no vivimos el momento. Quizá porque ese presente no nos gusta y deseamos otras experiencias que pensamos nos alimentarán mejor.

Tendríamos que recuperar la inocencia de las cosas y fluir en el instante que gozamos por delante. Trabajar a tope cuando toca, disfrutar de cada minuto, desde una acción cotidiana, como fregar los platos, planchar… hasta otro tipo de actividad, mucho más lúdica, sea caminar por la montaña o ir a cenar con unos amigos, puesto que el tiempo vuela aunque no lo apreciemos. Mañana puede ser demasiado tarde.

Hace tan sólo unos días, comentaba con mis compañeros de trabajo, lo bien que estábamos en la oficina cuando no existía en nuestras mentes la palabra CRISIS. Había un ambiente más distendido y reíamos mucho más, además de realizar nuestra faena con esfuerzo y ahínco. Seguramente entonces no apreciábamos lo que teníamos como ahora lo hacemos. Yo soy la primera, sin duda, quizá esperábamos otro futuro mucho mejor.

Ahora SI que esperamos un gran cambio. Lo necesitamos, lo deseamos con todo nuestro corazón. Y estoy segura de que llegará más tarde o temprano. Ojalá sea más pronto de lo esperado; pero para que haya un gran cambio tiene que morir lo viejo, lo caduco. Por eso se oyen tantas noticias injustas en diferentes ámbitos: política, religión, economía, etc. Todo necesita una renovación…para que poco después florezcan nuevas semillas.


Por lo tanto, deseo que abramos los ojos a los nuevos cambios que puedan venir y no nos convirtamos en unas máquinas. Hagamos las cosas con conciencia, disfrutando al máximo de ello. Y especialmente no nos dejemos llevar por los medios televisivos y los diarios. Nos manipulan, nos arrastran al pesimismo. Nunca dicen nada bueno. ¿Cuándo hemos escuchado buenas noticias en el telediario? ¿Es posible que nunca ocurra algo extraordinario?
  
Por último, tener el firme convencimiento de que nosotros mismos somos los primeros que tenemos que cambiar. Nuestra actitud hacia la vida tiene que ser más tolerante, abierta y optimista. Escuchar más a los demás, ayudarles cuándo lo necesiten. Vivir de manera más sencilla, huyendo del egoísmo, la avaricia o los deseos de grandeza, cultivando los valores de siempre: el amor y la solidaridad.


miércoles, 1 de mayo de 2013

TU PEQUEÑO BEBÉ

Ayer viniste acompañada de él. Te dolía la barriga y eso decías a los doctores. Te ponías la mano delicadamente en el vientre con los ojos enrojecidos por las lágrimas.

El no hacía más que mirarte y acariciarte la cara, las manos y el pelo. De vez en cuando te mordía despacito la oreja derecha. Eso te hacía sonreír un poco en medio de tus dolores.

Por fin pasaste a la consulta del doctor Blanco. En realidad no te pasaba nada malo, simplemente estabas embarazada de un mes y no tenías ni la más remota idea de que te sucediese eso. Sólo tenías dieciocho años y el mundo empezaba a sorprenderte cada día.

Cuando te dieron la noticia, te quedaste casi muda y luego empezaste a llorar desconsoladamente. El te acarició y te abrazó largo tiempo. Dijo que se ocuparía de todo y que no te faltaría de nada ni tampoco a la criatura.

Tú continuabas llorando. No entendías nada. No imaginabas que aquella historia iba a terminar de esa manera. El era tu amante y jamás dejaría a su esposa y a sus dos hijas por ti. Te habías convertido en madre de repente, sola, sin el apoyo de nadie. 

Tan sólo tenías dieciocho años y un futuro que te asustaba en medio de tus dolores.

Saliste del hospital con la tristeza en los labios y con muchas dudas por resolver. El te cogía de la mano y no dejaba de susurrarte al oído que te quería y te ayudaría en todo lo que pudiera.

Pasaron dos meses y tu barriga creció. Los dolores se marcharon y una flor nació en medio de tu ombligo. El te abandonó, nunca más quiso saber de ti; pero fuiste tan fuerte que te propusiste luchar sola por la vida de tu hijo que empezaba a florecer como las rosas.

Un año más tarde, te vi desde la ventana de mi habitación del hospital con un niño precioso en los brazos y una sonrisa de caramelo pintada en tu rostro.


Micaela Serrano