sábado, 25 de julio de 2015

EL NIÑO BENDITO

Ayer viniste acompañada de él. Te dolía la barriga, decías a los doctores y te ponías delicadamente la mano con los ojos enrojecidos por las lágrimas.

Él no hacía más que mirarte y acariciarte la cara, las manos y el pelo. De vez en cuando te mordía despacito la oreja derecha. Eso te hacía sonreír un poco en medio de tus dolores.

Por fin pasaste a la consulta del doctor Blanco. En realidad no te pasaba nada malo, simplemente que estabas embarazada de una falta de un mes. Y no tenías ni la más remota idea de que te sucediese eso. Sólo tenías dieciocho años y el mundo empezaba a sorprenderte cada día.

Cuando te dieron la noticia, te quedaste casi muda y luego empezaste a llorar desconsoladamente. Él te acarició y te abrazó largo tiempo. Dijo que se ocuparía de todo y de que no te faltaría nada ni tampoco a la criatura.

Tú continuabas en tu llanto. No podías dar crédito a lo que te había sucedido. No imaginabas que aquella historia iba a terminar de esa manera. Era tu amante desde hacía dos años y jamás dejaría a su esposa por ti. Te habías convertido en madre de repente, sola, sin el apoyo de nadie y él no se iría a vivir contigo. Ya tenía sus dos hijas y una hermosa mujer esperando en su casa.

Tan sólo tenías dieciocho años y un futuro que te asustaba en medio de tus dolores. Soñabas con ser abogada y defender a la gente sin recursos por el bien de la justicia. Ahora todo ese mundo estaba muy lejano.

Saliste del hospital con la tristeza en los labios, y con muchas dudas por resolver. Él te cogía de la mano y no dejaba de susurrarte al oído que te quería y te ayudaría en lo que pudiera.

Pasaron dos meses y tu barriga empezó a crecer. Los dolores se marcharon y una flor nació en medio de tu ombligo. Al final te abandonó, nunca más quiso saber de ti; pero fuiste tan fuerte que te propusiste luchar sola por la vida de tu hijo que empezaba a florecer como las rosas. Era un niño precioso, bendecido por la vida, rosadito, con olor a jazmines y tan despierto desde el primer momento que parecía que lo sabía todo.

Un año más tarde, te vi en la consulta del doctor Blanco. Ibas con el cochecito y en él una hermosa criatura se reía como un loco sin dejar de mirarte. Estabas radiante y llena de vida.


Me dijeron que al final te pusiste a estudiar Derecho, a pesar de la vida difícil que llevabas. Hoy te recuerdo, Elvira, como una gran mujer que superaste un enorme bache y con un hijo bendito en tu casa. 

Imagen: San Juanito y el cordero, Murillo